viernes, 24 de junio de 2016

Bunbury hace un cuarto de siglo.



Jordi Soler.- Ahora que Enrique Bunbury triunfa de manera contundente, viene al caso contar cómo llegó por primera vez a la Ciudad de México, a la cabina de radio desde donde un servidor ponía música y lanzaba ideas que se escurrían entre una canción y otra.

Hace 24 años, en 1992, llegaron al DF los Héroes del Silencio, un grupo que ya era muy famoso en su país y en Alemania, que tenía un disco que había vendido cientos de miles de ejemplares, Senderos de traición, y que sonaba de maravilla, de una forma en la que, en aquella época, no sonaban los discos de rock cantados en español. Era el único disco de ellos que teníamos, estábamos al final del siglo XX y no había ni iTunes ni Amazon, y los discos de los grupos españoles había que encargarlos en dos o tres tiendas especializadas o ir directamente a comprarlos a España, como había hecho Pancho Serrano, que era el responsable del rock en español, y un buen día nos había llegado con esa joya de los Héroes del Silencio.

Como éramos la única estación que tocaba su música, nos correspondió hacerles su única entrevista en la radio, y además acompañarlos en un par de conciertos, extraordinarios aunque con poco público y en actividades tan atípicas en un grupo de rock como esta: Bunbury estaba buscando un par de libros y, como la entrevista había sobrepasado sus límites y se había reconvertido en conversación, me ofrecí a acompañarlo, así que una tarde, de jueves según recuerdo, entré a buscar libros en El Parnaso, y después en una librería de textos esotéricos, runas y tarots, acompañado por los cuatro Héroes del Silencio que en España y en Alemania no podían salir a la calle y en México todavía podían pasearse tranquilamente por la plaza e incluso comerse un esquite sentados en el borde de la fuente de los coyotes.

A aquella primera entrevista llegaron los cuatro músicos solos, en un taxi, sin representante de la compañía disquera y así, solos, se presentaron a la recepcionista de la estación que, con notorio escepticismo y después de hacer muchas preguntas, los dejó pasar a regañadientes. Aquella visita dejó unos cuantos, pero muy sólidos, forofos, y dos hits incontestables que sonarían durante mucho tiempo, hasta que aquella estación de radio se extinguió: “Entre dos tierras” y “Maldito duende”.

Dos años más tarde los Héroes del Silencio regresaron a México con su álbum El espíritu del vino y fueron, nuevamente, a hacer una entrevista a mi programa, pero esa vez su relación con la ciudad, y con su compañía disquera, había cambiado, se había disparado exponencialmente hacia el éxito y en lugar de llegar en taxi lo hicieron en un automóvil largo y negro que ilustraba perfectamente su nuevo estatus. Como la entrevista se había anunciado durante varios días, abajo de la estación de radio los esperaban cientos de admiradores que formaban un tumulto que los músicos difícilmente lograron sortear, con la ayuda de dos policías que custodiaban la entrada. El forcejeo fue tan intenso que la puerta del edificio se vino abajo, se rompió una de las paredes de espejo que daban a la Avenida Insurgentes y los Héroes del Silencio llegaron a la cabina abrumados y medio desvestidos. En esa entrevista, como en la anterior, me enfrasqué en una larga conversación con Bunbury, que era un músico que hablaba de sus lecturas, de sus reflexiones alrededor de su quehacer, con un aire intelectual muy alejado de los otros músicos que pasaban por la cabina. Esa noche los Héroes del Silencio dieron un concierto en un sitio, en el extremo sur de la ciudad, que se llamaba El Antro, y como no contaba con licencia de bar, obligaba a los asistentes que querían comprar cerveza a comprar también un pack de sándwich, un plátano y un yogurt, para que el alcohol fuera acompañado de alimentos, y así el concierto podía entrar en la categoría de “cena-show”, que era lo que permitía, en aquellos años, la autoridad de la delegación.

A partir de aquel concierto los Héroes del Silencio se convirtieron en estrellas de rock en México, ya no era factible pasear con ellos por la plaza de Coyoacán y en lugar de tocar en El Antro comenzaron a hacerlo en el Palacio de los Deportes pero siempre, supongo que por superstición, haciendo una escala en nuestra cabina de radio, y en algunos otros sitios de los cuales recuerdo una mesa, con chiles en nogada y vasos de tequila, en la cantina La Guadalupana, cerca de El Parnaso y de esa librería de las runas y el tarot.

En 1995 los Héroes del Silencio estaban grabando su disco Avalancha en Los Ángeles y nos invitaron a Martín Hernández y a mí a oír la maqueta en el estudio y después a una cena en la que recapturamos esa curiosa conversación a ráfagas que había empezado tres años antes. Luego vino la exitosa etapa solista de Bunbury que he ido siguiendo como cualquiera de los que oyen sus discos, ya lejos de aquella cabina de radio. Escribo esto porque acabo de ver, en mi casa en Barcelona, el concierto de Bunbury en el Vive Latino y experimenté un ramalazo de nostalgia que acabo de paliar con estas líneas.

Con información de Grupo Milenio.

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