Este miércoles, en el Teatro Barceló, antigua Pachá, Bunbury celebró 30 años de mutaciones –de eso va la gira- y 50 de los 40 Principales –la emisora organizaba la cosa-. Hace unos días, publiqué una crónica del concierto de Zaragoza y conté que el evento fue épico, memorable y emotivísimo. El show que disfrutamos en Madrid no fue tan de cantar de gesta, pero, aún así, sorprendió para muy bien en cuanto a duración, intensidad y compromiso. No fue un mero trámite. El cantante –a Dios gracias- se excedió, vulneró los límites, tuvo que “destocar” tres canciones porque se pasó con el tiempo. Y eso, el respetable, que se entregó en voz y alma, lo agradeció. Lo que vimos/escuchamos en el Barceló no fue un trámite, sino una exhibición pelín reducida de un espectáculo que, en suelo patrio, muere este sábado –en el Dcode-, emigra a América, y concluirá para dar paso –y esto me encanta- a un nuevo disco, con canciones inéditas, que, en palabras del propio Enrique, “serán más oscuras” y está “deseando grabar”.
El guion del concierto fue mellizo al de Zaragoza, si bien no gemelo: amén de los obligados –y escasos- recortes, la tropa se topó con “Ódiame” –ya contamos que sonó en la prueba de sonido del Príncipe Felipe-. Hubo un recuerdo previo a Joaquín Luqui. Volaron un par de botellas –sin violencia, eh- desde el escenario hacia la zona VIP y hacia la arena. El sonido fue, como poco, notable. El público se manifestó vivo, bravo y agradecido. Todos acabaron/acabamos contentos.
Sólo una cosa más –el texto de hoy es breve-: tomemos conciencia de lo que es Bunbury. Soy de los que lo escuchan casi a diario, pero, cuando uno está cerca, cuando uno repite el plato de sus directos y se empapa del arte que ofrece en la distancia corta y tangible, etc., la admiración, como poco, sube un par de grados. Caray, es un verdadero gigante, está en plena forma, su ritmo de producción es generoso en extremo –2013: Palosanto; 2014: gira; 2015: El libro de las mutaciones; 2016: gira- y quienes tenemos hambre y sed de música en español de calidad tenemos un clavo magnífico al que agarrarnos.
Algún talibán indie o algún comisario político disfrazado de crítico musical dice lo contrario.
Pues ni puñetero caso.
El sábado termina la etapa española del Mutaciones Tour. Aún están a tiempo. Aprovechen.
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