lunes, 5 de septiembre de 2016

Bunbury, una estrella de casa.



Bunbury jugaba en casa, aunque en una de sus canciones deja claro que "donde quiera que estoy el extranjero me siento". Y el público le demostró desde incluso antes de que saliera al escenario que Zaragoza es su casa. Llenó (prácticamente) el Príncipe Felipe y aplaudió a rabiar cada una de sus interpretaciones y sus palabras, que, por cierto, no fueron muchas, aunque dio las gracias por el cariño recibido en numerosas ocasiones. Anoche, además de Bunbury, fue Enrique (así lo corearon), uno de los nuestros.

Con una puntualidad rara en un roquero, apareció en el escenario solo un par de minutos después de las 22.00 horas. Vestido de negro riguroso con unos dragones rojos bordados y gafas de sol, que no se quitaría hasta la tercera canción. No hizo falta mas que su presencia y un par de gestos bunburianos, de esos que gustan tanto a los fans y que él repite varias veces en cada canción, para que se metiera al público en el bolsillo.

El zaragozano celebró sus 30 años de carrera musical con este Mutaciones tour en su segunda parada aragonesa (la primera fue en Pirineos Sur) y una de las últimas de España, ya que pronto volverá a cruzar el charco. Y el nombre de la gira viene que ni pintado --su último disco lleva por título El libro de las mutaciones--, porque en estas tres décadas, Bunbury se ha reinventado en varias ocasiones. Anoche sonaron canciones de estos treinta años, de sus discos con Héroes del Silencio, de las de su primera etapa en solitario con el Huracán Ambulante y de esta última, con la banda Los Santos Inocentes. Las abordó de forma diferente --algunas de forma excesiva en cuanto a lo musical-- pero nunca con nostalgia. Todas sonaron como si fueran nuevas (el formato Unplugged se queda pequeño para lo de anoche); pero no desconocidas.

REPASO HISTÓRICO

Iberia sumergida, firmada con Héroes, fue, como en toda la gira, la canción elegida para abrir el concierto, para seguir con El Club de los imposibles y recordar que "siempre es un placer estar de vuelta en casa". Ese fue el único guiño al público, al que invitó a "recorrer tres décadas de canciones. Espero que el repertorio sea de su agrado".

Recuperó Dos clavos a mis alas, escrita para Raphael; Sirena varada (suena de forma maravillosa en esta nueva versión), Porque las cosas cambian, El camino del exceso, Avalancha o Que tengas suertecita. Interpretó también Puta desagradecida, que formaba parte del disco que grabó con su "hermano" Nacho Vegas hace ya una década, El tiempo de las cerezas.

La primera apoteosis llegó con El extranjero, donde recordó que no es un hombre de patrias ni banderas (aunque le tiraran una de México); y continuó con Infinito, donde se subió a una plataforma que le acercaba más al público, que casi podía tocarlo. Y El hombre delgado que no flaqueará jamás. Reinterpretó también clásicos como Mar adentro, Maldito duende o La chispa adecuada. Y demostró, que es uno de los mejores artistas en directo, que sus canciones suenan hoy, algunas 30 años después de ser compuestas, mejor incluso que entonces; que Zaragoza es su casa, aunque le duela; y que las mutaciones (las seguirá habiendo, sin duda) no han hecho más que hacerle más grande.

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